domingo, 18 de diciembre de 2011

 No permitamos que la lucha de Eva sea en vano.

Imagen: unionradio.net

¡TÓCATE!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Las estanterías llenas


A nadie le llama la atención algo familiar en un viaje. Nadie dice: "¡Mira! ¡Guao!" cuando ve a un niño en una patineta, a un anciano en un parque dando de comer a las palomas o a un carro parado en la calle. Nos maravillamos, sorprendemos, alegramos y hasta destapamos nuestra más infantil curiosidad sólo con las cosas que no nos resultan cotidianas, y si las "cosas sorprendentes" son esenciales, sabremos que debemos preocuparnos.

Alguien me contó una vez que llevó a una persona de algún país de la ex Unión Soviética a un supermercado, y que cuando esta persona vio las estanterías llenas, comenzó a llorar. Es un relato conmovedor que nos resultaría algo así como sacado de una película del cine independiente, de no ser porque los venezolanos nos estamos acostumbrando cada vez más a sorprendernos por cosas que para otros son básicas.

Este verano pude compartir con amigos y familiares venezolanos, cuyos comentarios en las calles arrugaban un poquito mi corazón. "¡Qué calle más limpia!" decía una, sin percatarse de lo triste que suena ese comentario cuando entiendes lo que subyace tras él. "¡Qué cantidad de turistas!", y mi mente viajaba en segundos a la Plaza Bolívar de mis 18 años, llena de grupos de turistas increíblemente extinguidos de la faz de mi país.

Siempre me sentí orgullosa y privilegiada de haber nacido y vivido en Caracas, y sin embargo, tengo dos años aquí y es el tiempo que llevo acostumbrándome a las caminatas nocturnas, a dejar de mirar a los lados por si viene alguien que pueda hacerme daño, a dejar la puerta de la casa sin llave y... a tener muchas opciones en las estanterías del supermercado. Siendo así, no puedo dejar de preguntarme: si ése es mi caso, ¿cómo será el de la gente de los pueblos, cuyos servicios básicos -agua, luz, transporte...- nunca han sido totalmente solventes?

Extraño la ciudad donde nací, donde me fastidiaban un poco los turistas porque entorpecían mi ruta hacia el metro (que era todo un orgullo, "el mejor del mundo"), donde la luz, el agua, la limpieza y las estanterías llenas se daban por hecho. Extraño la metrópolis imponente que se volvía referencia en el mundo con sus torres de Parque Central y de El Silencio tan bien cuidadas como la UCV. Mi ciudad bonita, la de los médicos de punta y los hospitales reputados.

Y así como extraño, también tengo esperanza...

Espero que cada día seamos más los que recordamos esa otra ciudad, porque es el primer paso para volver a tenerla.

sábado, 9 de julio de 2011

A Facundo, con amor


Viniste a mi vida sin percatarte.
Nunca te enteraste de lo mucho que significaban tus palabras para mí.
Jamás me viste reír y llorar al escucharte, al imaginarte junto al Cortez que te complementaba para hacer un diálogo perfecto.
Tenías tanta razón en todo...
Ahora le tengo más miedo a los pendejos porque comprobé tu teoría: votan, y son mayoría.
He dejado de pelear para comenzar a vivir, porque como dices, no se puede hacer las dos cosas a la vez.
Sobreviviste a cruces gigantes con una sonrisa en la cara.
Y hoy, con una tristeza en el alma y sabiendo que el mundo nunca más podrá ser mejor, debo ser fuerte para que te sientas orgulloso de mí.
Debo darte las gracias por crear vínculos y recuerdos, historias y conexiones más allá de las que había logrado jamás.
Debo reconocer tu valentía y tu nobleza, tu voz tranquila que sirvió sólo para transmitir verdades.
Debo recordar que te nos adelantaste, nada más. Que nos estarás esperando junto a aquellas personas maravillosas que hoy te recibieron con los brazos abiertos. Que cuando quiera encontrarte sólo debo escucharte decir que estás en todas partes porque eres parte del Universo.
Debo hacer todo esto, pero sin llorar.
Porque "llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida".
Hasta luego, Facundo.

lunes, 13 de junio de 2011

Top 10: Cosas que extraño de Caracas


10.- Despertar y ver El Ávila para tener el primer (y a veces, único) pensamiento positivo del día.

09.- Ir al cine y ver las películas en versión original. En especial extraño los festivales de cine francés, italiano e irónicamente, español.

08.- Comer asquerositos en Calle El Hambre de La Trinidad.

07.- Poder hacer diligencias los fines de semana, gracias a los centros comerciales.

06.- Ir a El Hatillo y tomar un maravilloso chocolate caliente y una pizza (sí, es una mezcla peligrosa).

05.- Pasear por Altamira. Ir al cine en Centro Plaza (a pesar del horrible olor a $%&#$) y luego comentar la película en 360 mientras me tomo una copa y disfruto de la música y del ambiente.

04.- Llevar a algún fanático del Rock a Moulin Rouge.

03.- Saber que puedes (aunque no siempre lo hagas) compartir con algún amigo en un McDonald´s de 24 horas aunque sean las mil y quinientas.

02.- Disfrutar de un tiempo para mí en mi Zmóvil, escuchando mi iPod mientras manejo por la Cota Mil. Aún con el tráfico, es un placer estar tan cerca de El Ávila y tener todas esas vistas maravillosas de Caracas.

01.- Comer una reina pepiada en Las Mercedes o La Castellana a las 3:00 am. Simplemente, me encanta tener opciones para elegir a esa hora).

jueves, 14 de abril de 2011

Caracas, la bella


Soy una caraqueña enamorada de Caracas.

Sí, lo afirmo con convicción, aunque mi maltratada ciudad esté llena de basura, de peligros y de innumerables sitios a los que no he ido nunca ya sea por peligrosos o porque no he tenido nada qué hacer ahí.

Caracas tiene el encanto de un valle hermoso, con una indescriptible variedad de verdes que cuesta mucho dejar de extrañar. Es una ciudad madrugadora, que se esfuerza día a día para hacer que sus hijos obvien las precariedades de la vida cotidiana para empezar una jornada con aroma de árboles frescos, de cafecito recién colado y de empanadas de queso.

Si me preguntan lo que más extraño, además de mi familia y de mis amigos, claro, no dudaré ni un segundo en contestar que a El Ávila.

Ya sé que puede parecer un cliché, pero es que el resto del mundo (e incluso nosotros mismos) no tiene idea de lo que ese cerro significa para nosotros.

Justo cuando estás embotado, cansado de la cola de 3 horas para llegar a casa o de la basura de las calles, levantas la cabeza y ahí está: sereno, majestuoso, siempre sonriente.

Desde cualquier punto de la ciudad puede verse y olerse. Desde cualquier rincón nos señala el Norte y nos ubica entre tanto caos.

Caracas tiene el encanto de la ciudad que alguna vez fue una metrópolis de las más importantes, y ahora, después de tantos golpes y magulladuras, se ha vuelto una urbe más realista, madura y enigmática.

Para disfrutar de Caracas hay que conocerse primero a uno mismo: Los lugares para amantes del orden y la belleza impoluta son escasos, pero existentes. En cambio, quienes aprecian el eclecticismo, la fascinación de lo arriesgado junto a lo bizarro pero a la vez armonioso, tienen sitios de sitios para escoger.

La cosa con mi Caracas es que hay que ir con cuidado. Tantos años de indiferencia han hecho mucho daño, y a pesar de que un criollo sabe perfectamente por dónde ir y por dónde no, en los últimos años ha sido imposible evitar que el miedo penetre en nuestros huesos.

Poco queda de la ciudad que trajo a mi abuelo desde Bolivia para brindar mejores oportunidades a su familia.

Poco queda del país de gente amable que recibe con los brazos abiertos a los miles de inmigrantes que veían en él un sitio con posibilidades infinitas para ellos y sus descendientes.

Poco queda de la metrópolis importante, musa de muchas otras ciudades del mundo.

Pero ese poco, por poco que sea, basta y sobra para que esta caraqueña siga teniendo esperanza de un retorno a la belleza, al orden y al encanto sin miedo.

Ese poco basta y sobra para que esta melancólica hija suya siga enamorada de Caracas, cuna de Libertadores y de atardeceres con guacamayas, reina pepiadas y jugo de patilla recién exprimido.


martes, 11 de enero de 2011

Yoani: La ventana que da al espejo


Cada vez que leo a Yoani Sánchez me entran escalofríos. Claro que sospechábamos que Venezuela se estaba pareciendo a Cuba, pero es increíble ver, a través de sus historias y vivencias, que más que una posibilidad hace rato que es una realidad.

Historias demasiado parecidas sobre feriados religiosos que se pierden (y que, en el caso de la isla, se están recuperando); anhelos de frutas y productos anteriormente fabricados en suelo propio, y ahora casi desaparecidos debido al alto costo de su importación; gente que dedicó su vida al servicio público y ahora queda sin empleo con la excusa de un recorte, pero cuya plaza ahora llenan varios "amigos del director".

Es increíble lo valiente que es esta mujer. Teniendo tanto qué perder, decide ser fiel a sí misma y dejar de pretender que vive en un país libre donde todo es mejor que en el resto del mundo capitalista. Se enfrenta así al dolor de verse señalada por unos y excluida por otros, y eso no sería tan grave de no tratarse de antiguos amigos.

En un país marcado por la represión, es verdaderamente admirable que una mujer honesta decida llamar las cosas por su nombre, y mostrarle al mundo lo que vive siendo una caribeña atrapada en su propia tierra.

Es escalofriante leer que en este Siglo XXI, aún más cerca de lo que pensamos, hay gobiernos que intentan justificar el apoyo a la criminalización de la homosexualidad; pero es aún más increíble leer las declaraciones de la madre de un estudiante venezolano asesinado: "Esto es Venezuela. No podemos esperar justicia". O sea, sabemos que no encerrarán al que lo mató.

Mientras Yoani y muchos cubanos ven con desconfianza la preparación del régimen para la redistribución poblacional que representaría el que se legalice la libre compra-venta de viviendas, en Venezuela la expropiación es el pan nuestro de cada día. Mientras llegan de Cuba casi un centenar de ex-presos políticos (ahora asilados) a Europa, en mi país se niega el derecho al debido proceso a una jueza que sólo hizo cumplir la Constitución.

Mientras Cuba, poco a poco, comienza a albergar esperanzas de avanzar, de estrechar el hoyo en el que medio siglo de retrasos los ha sumergido, en la "cuna de Libertadores" seguimos cavando el foso.

Me pregunto cuánto tiempo nos tomará darnos cuenta de que, históricamente, se ha comprobado que el desarrollo sustentable, incluyente y socialmente más humano, no se encuentra en ninguna de las direcciones que tomamos como ejemplo. Sólo espero que, para cuando dejemos de cavar, el hoyo no sea imposible de escalar.