miércoles, 10 de octubre de 2012

Después de la tormenta

 
No lo voy a negar: desde el segundo en el que Tibisay Lucena pronunció las terribles palabras que todos temíamos oír este domingo, he estado aturdida entre la incredulidad, la tristeza y el miedo por el futuro de mi país.
 
Todos los que confiamos en que la paz, el progreso y la unión volverían a Venezuela tuvimos un primer momento de shock, que se fue para dar paso a la rabia e indignación. Todos, aunque ahora salga alguno diciendo que ya lo sabía, sentimos como mínimo una decepción.
 
Tras estos días de luto y aunque me ha costado un poco, he aceptado la idea de que perdimos, y acto seguido me propuse entender a esos 8 millones de venezolanos que siguen votando por un gobierno corrupto, excluyente, violento, ineficaz. ¿Cómo es posible que sigan siendo tantos?
 
Parte de la respuesta vino al ver mi muro del Facebook. Y aquí quiero aclarar que entiendo perfectamente que teníamos que desahogarnos, que fue un impacto terrible y que las primeras publicaciones fueron totalmente viscerales, pero...
 
Tenemos que entender que hay muchas personas que no piensan como nosotros, que no han tenido las oportunidades que hemos tenido nosotros y que, aunque por alguna razón hayan coincidido en algún círculo social nuestro, han visto en esta mal llamada "revolución" una aliada. Por eso, cuando insultamos a los chavistas por ignorantes, por arrastrados, por vendidos, por resentidos o por lo que sea, reforzamos su idea de que los despreciamos.
 
Esa idea, por supuesto, no ha salido de la nada. Ha sido implantada y repetida durante 14 años por el gobierno, y el resultado ha sido que en un país con uno de los mayores mestizajes del mundo, de repente creemos que hay racismo, y un clasismo que casi ni existía ahora parece enorme.
 
No me malinterpreten: ricos que han despreciado a los pobres y gente que preferiría ser catira han existido siempre. La cosa es que no eran tan representativos como ahora, y desde luego eso no ha ayudado a que un hombre "de buena familia", con estudios superiores y un lenguaje acorde al cargo al que aspira fuera bien recibido por los que han escuchado el discurso de Chávez durante todo su mandato.
 
Otra de las razones por las cuales el presidente tiene tan buenos resultados es su inmensa capacidad mediática. Es injusto, corrupto y horrible, pero es así. Pdvsa ha sido la caja fuerte del aparato de campaña de Chávez, y eso no sólo ha repercutido en más vallas, en bonos de la nada para todos los empleados públicos, en las horas y horas de cadena propagandística semanal; sino también en muchos chinos, iraníes y ecuatorianos que estrenaron cédula en esta elección. ¿Hubo fraude? Sí, pero no electrónico.
 
Con esto no quiero decir que haya que abandonar la lucha democrática y abstenerse de votar por miedo a legitimar un fraude, NO. El error que cometió la oposición en las elecciones parlamentarias de 2005 no puede volver a repetirse nunca más. Entre otras cosas, es por ese error que Chávez puede volver a reelegirse por tercera vez consecutiva. De no haber tenido mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, la misma Constitución le hubiera impedido repetir el primer mandato consecutivo, y probablemente nunca se hubiera desconocido el deseo del pueblo en el referéndum porque nunca hubiera habido tal (ni los poderes especiales que permitieron desconocerlo, claro).
 
El fraude en el Registro Electoral no es suficiente para dar ganador a uno u otro candidato, por lo que, aunque represente una desventaja, no vale la pena anunciarlo a los cuatro vientos, desanimando así a muchos opositores que creerán que su voto no contó ni contará para nada.
 
El miedo fue otro de los factores que manejó Chávez a su antojo. El miedo al caos, el miedo a perder el empleo, el miedo a que quiten las misiones. Nos parece que habíamos trabajado lo suficiente para erradicar todo eso, pero la verdad es que Caracas no es Venezuela y lo que se diga en Globovisión solo lo oyen los opositores. Cuando viajas por el interior del país y solo aparece la cara de Chávez incluso en los estados con gobernaciones de oposición, ten por seguro que muchos de sus habitantes han oído poco más de lo que les ha dicho VTV.
 
Por último, creo que Chávez ganó porque hay aún un amplio sector de la población que, sencillamente, lo adora. Él representa el hijo de cada casa de pueblo, el ahijado bonachón que siempre está pendiente de todos, en especial de la abuela. Es el hermano que se la pasa cantando y que ahora anda muy ocupado con sus cosas, pero ya volverá. Sí, creo que aún hay gente que pone esa imagen por encima del que dice que da igual que no tengas luz, agua o seguridad porque lo que importa es "la revolución".
 
Si hace algo mal, es porque lo tienen engañado, pero en general está pendiente de nosotros: con los médicos cubanos en el barrio, con las ayudas a las adolescentes embarazadas, con los títulos de propiedad de nuestro rancho -que no sabemos cuándo se caerá, pero ahora es nuestro-.
 
Una vez que creo que he descubierto al menos las principales razones por las que el comandante presidente volvió a ganar las elecciones, me dispongo a pensar qué debemos hacer para que deje de ganarlas.
 
Está claro que la oposición contaba por primera vez con un proyecto de país concreto, con un mensaje único y positivo, con identidad propia. Es decir, ya no se trata de "quitar al hombre" sino de "poner a uno que de verdad vale la pena". ¡Qué diferencia! Pero esto logró convencer a 6 millones y medio de venezolanos... ¿y los demás?
 
A los demás hay que escucharlos, saber cuáles son sus temores y expectativas, y eso sólo puede hacerse como lo ha intentado Capriles -sólo que le faltó más tiempo-: yendo a verlos.
 
A los demás hay que quitarles el miedo. Cada voto cuenta, y es absolutamente secreto.
 
A los demás hay que incluirlos, respetando su postura aunque no sea la misma que la nuestra y reconociendo que es muy probable que su situación económica o social haya mejorado gracias a Chávez.
 
Pero sobretodo, el cambio debe empezar en nosotros mismos. Basta de exigir inclusión y a la primera de cambio insultar al otro.
 
Basta de gritar "fraude" sin pruebas más que nuestras ganas de que así fuera -por aquello de que es mejor creer que nos han robado a asumir que la gente prefiere un futuro rojo rojito-.
 
Basta de ver a los chavistas como seres inferiores, ignorantes, vendidos o resentidos. Esto solo nos aleja de ellos y le da la razón a Chávez.
 
Y, por último, basta de lutos, lágrimas y autocompasión. Hemos sumado dos millones de aliados con una campaña de 3 meses, adversando a un candidato que usó todos los recursos mediáticos del Estado para su propaganda continua que lleva ya 14 años. Ahora tenemos un proyecto de país y un líder unitario. Hemos logrado movilizar a mucha gente pero aún faltan más. Tenemos unas elecciones importantes en diciembre y sigue habiendo mucho que hacer.
 
Así que recuperémonos pronto, porque es el momento de seguir sumando voces a la esperanza de que ¡hay un camino!
 
"El presente no es más que el esfuerzo del pasado por convertirse en porvenir"
Miguel de Unamuno



lunes, 1 de octubre de 2012

¡Seguid el ejemplo que Caracas dio!

 
Durante los últimos años, los venezolanos hemos ejercido nuestro derecho a expresarnos mediante marchas. Hemos recorrido millones de kilómetros protestando por diversas razones: por la desidia del gobierno hacia nuestros problemas cotidianos; por la dependencia descarada de todos los Poderes del Estado en un solo hombre; por la injusticia hacia una jueza y hacia periodistas, medios de comunicación y policías; por la inseguridad y pare usted de contar. En cada marcha nos unía nuestro descontento, pero nunca faltó la cálida sensación de saber que no estábamos solos. Cada vez que pasábamos por un elevado, puente o cualquier sitio que nos diera la oportunidad de ver la magnitud de nuestro grito de reclamo, nos inundaba la satisfacción y la esperanza. Después de todo, seguíamos siendo muchos los que no nos conformábamos.
 
Sin embargo, la descomunal marcha de ayer tenía un sabor distinto. El cierre de campaña de Capriles no se trataba de una unión de voces para denunciar esto o aquello, sino de una melodía llena de positivismo, una explosión de alegría. Ya no estábamos ahí jodidos, esperando que alguien nos escuche y vea que no queremos seguir por este rumbo. Ahora estábamos ahí felices, señalando "¡Para allá!", y por fin todos estábamos de acuerdo.
 
 
Los venezolanos valoramos la Democracia (siempre con D mayúscula), y aunque hemos dado muchas cosas por sentadas, por fin hemos coincidido tanto candidato como pueblo en general: cuando el panorama se pinta unicolor, con muchas armas y uniformados demasiado tiempo en el poder y concentrándolo más de lo conveniente, no es hora de discutir ideologías ni de tener debates intelectuales que definan (al menos en papel) el rumbo político de los elegidos, sino de comenzar a trabajar por la gente.
 
De nada nos sirven discursos neoliberales ni revolucionarios si se nos va la luz todos los días. La violencia desbocada siempre habrá que controlarla antes de mirar si me asocio con Merkel o con Ahmadinejad. La gente se hartó de tanta cháchara y sólo quiere una vida normal, donde no haya que rezar todos los días a ver si volvemos vivos a casa y donde la vivienda, el agua y el empleo no sean preocupaciones constantes. Una vida en la que las familias puedan reunirse y hablar de política sin que ello implique que no se pueda hablar de otra cosa, o que alguien deje de ser invitado en la próxima reunión.
 
La fiesta de la Av. Bolívar le dijo al mundo que el espíritu democrático de los venezolanos sigue ahí: lleno de esperanza, lleno de futuro, lleno de colores. No hicieron falta autobuses, ni listas de asistencia, ni amenazas al empleo de nadie para que se desbordara la cuna de Bolívar. Caracas respondió y estuvo a la altura de todos los pueblos, de todas las casas, de todos los estados que ha visitado el candidato unitario.
 
Ahora solo falta la fiesta del domingo. Porque votar siempre ha sido una fiesta, pero esta... ¡esta será apoteósica!
 
Nos vemos el 7-O.