martes, 30 de noviembre de 2010

El disfraz informativo del chisme



Esta semana, varias "noticias" me han llevado a reflexionar sobre la responsabilidad de los medios de comunicación y la tergiversación, mal uso e indiscreción de la información.

Por supuesto, no he descubierto el agua tibia: muchos teóricos, comunicadores, periodistas y público en general ha analizado este tema desde casi todos los ángulos posibles, por lo que me es aún más incomprensible ver escándalos generados a partir de información compartida en privado y de informes ya no tan secretos que desvelan la verdadera impresión de diplomáticos norteamericanos sobre personalidades y gobiernos de otros países.

La autocensura

Todo el mundo ha dicho algo que suene "políticamente incorrecto" alguna vez.

Nadie, en serio, escapa a un chiste homófobo, sexista o racista. Y eso no significa nada.

Delante de los amigos, somos personas libres con la posibilidad de reírnos de nosotros, o de otros, sin expresar por ello una postura radical que nos haga sus enemigos. Yo, por ejemplo, me horroricé de mí misma cuando me vi en un ambiente laboral rodeada de homosexuales y fui consciente de la cantidad de veces que bromeaba con un compañero diciéndole "gay" por sentimentalista.

Estaba acostumbrada a mis amigos "las locas", entre quienes es normal oír el tan popular "sí eres marico" entre risas. Pero hay momentos, lugares y situaciones para todo.

Por supuesto, a mi jefe homosexual no le iba a resultar nada agradable que me refiriera a él o a ningún otro gay como "loca". Son situaciones diferentes, y hay que saber poner los límites.

Sin embargo, hace poco surgió un escándalo que involucraba a un tertuliano, Salvador Sostres, quien en una pausa publicitaria de un programa de radio hizo comentarios desafortunados.

Sí, son opiniones un poco rudas, pero la excusa de "sabía que estaba delante de un micrófono" para publicar sin su autorización dichas declaraciones es, sencillamente, repulsiva.

Al aire, este señor y todos los demás debemos cuidar lo que decimos, pero en un ámbito privado, sería imponer una autocensura criminal el que también debamos ser "políticamente correctos" ante todo.

Me consideraría muy desafortunada si delante de mis amigos no pudiera meterme con los enanos, los periodistas o los suramericanos de una manera relajada, a sabiendas de que, dada mi condición de las tres cosas juntas, no voy a ser juzgada por xenófoba, racista o excluyente.

Sería muy infeliz de estar en los zapatos de Sostres y no saber quién me apuñaló por la espalda, haciendo pública y demonizando una opinión personal, expresada fuera del aire y sin intenciones de ir más allá de un chiste "interno".

Wikileaks y el "pensamiento" diplomático

Si algo hemos logrado ver de los últimos documentos filtrados y publicados por la polémica web "Wikileaks", es que no nos han dicho nada nuevo.

Que Venezuela sufre una crisis en el sistema de salud pública y que la respuesta gubernamental ha sido la de desviar fondos de hospitales al paralelo sistema de "Barrio Adentro" es algo que todos sabíamos de antemano, aunque no leyéramos la prensa.

Que Zapatero es un "político cortoplacista, que antepone la obtención de votos al bien común de los españoles" es noticia de ayer.

Que a EEUU le preocupa la actitud de Corea del Norte y de Irak podía deducirlo hasta un adolescente que viera noticias de vez en cuando.

Entonces, ¿por qué el escándalo?

Resulta que estas obviedades no las dice cualquiera. Salen de las embajadas de EEUU en diversas partes del mundo, y son "cables" clasificados como "top secret".

Algunos pudieran sentirse ofendidos por lo que expresan estas comunicaciones, pero honestamente, serían algo tontos.

El trabajo de los diplomáticos es estudiar a fondo el país donde son asignados: desde la idiosincrasia de sus ciudadanos, hasta las políticas exteriores del gobierno. La misión es saber lo más posible para defender de la mejor manera los intereses de su país en el de su asignación. Ya está.

Si yo fuera embajadora de Venezuela en España, probablemente me hubiera extendido en la preocupación de los empresarios españoles por la inestabilidad política que amenaza sus inversiones en el país. También hubiera tenido que hablar largo y tendido sobre las posibles conexiones del gobierno venezolano con las Farc y Eta, y el impacto que la posibilidad de ellas ha tenido en la imagen de Venezuela aquí.

¿Eso me hiciera mala persona? No. Mi trabajo aquí sería que el gobierno venezolano supiera hasta el último detalle de lo que se dice entre los españoles sobre mi país, y ya sería cuestión de la estrategia gubernamental el considerar estos temores a la hora de sentarse a negociar.

En este sentido, una comunicación mía (como hipotética embajadora venezolana) a Miraflores sería casi lo mismo que una conversación íntima con un amigo cualquiera, y es por eso que los "cables" revelados por Wikileaks no tienen nada de deslumbrante.

Su única función es amedrentar al gobierno estadounidense para que sepa que sus conversaciones han sido grabadas y pueden ser difundidas, aunque no tengan importancia alguna.

Dicho todo esto, me parece que es hora de establecer responsabilidades en los medios de comunicación que difundan estos chismes disfrazados de información sin corroborar la legalidad de la obtención de los datos.

No sólo me parece poco ético como comunicadora, sino que como persona me parece un atropello a mi derecho de opinar lo que quiera sobre lo que sea. Y la libertad de opinión es uno de los Derechos Humanos fundamentales. ¿Alguien está rindiendo cuentas por violarlo?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Reflexiones de una emigrada caraqueña





Tengo 28 años y he vivido una protesta general con saqueos e incendios incluidos (Caracazo, 27/02/1989), tres intentonas de golpe de Estado (4/02 y 27/11/1992 y 11/04/2002), un paro nacional (12/2002), un terremoto (12/09/2009), guarimbas, ataques a marchas pacíficas, desbordes de quebradas, tormentas tropicales y granizos... todo en Caracas -y eso que no estaba ahí para la tragedia de Vargas (15-17/12/1999).

Podrán imaginarse que debería ser normal que me sienta como un mono de circo al hablar con los panas valencianos (de España, claro), quienes ven las protestas sindicales por televisión y se maravillan al ver las réplicas a escala de las armas de guerra.

A ratos me siento bien al decirles "¿y se quejan de eso? No han visto nada..." a un grupo de casi cuarentones que terminan por excusar su falta de experiencia en eventos violentos o desastres naturales.

Luego me doy cuenta de que no es un juego.

En Venezuela, la esperanza de vida (según cifras oficiales) es de 74 años, la mortalidad en niños menores de 5 años en 2009 (según la base de datos del Banco Mundial) fue de 1,8% y hubo 10.295 asesinatos en 2004 (datos de la Organización Mundial de la Salud).

En España, la esperanza de vida es de 81 años, la mortalidad infantil en 2009 fue de 0,41% y hubo un total de 600 homicidios en 2004 (las fuentes son las mismas que arriba, respectivamente).

No es gracioso darse cuenta de que estamos acostumbrados a la violencia, y descubrir que sabes más sobre tácticas para evitar ser robado, secuestrado o disparado que sobre literatura.

No recuerdo la última vez que me sentí orgullosa de una cifra que represente a mi país ante el mundo. Tal vez fue la cantidad de venezolanos que juegan actualmente en las Grandes Ligas, aunque a pocos les importa ese deporte fuera de EUA y el Caribe. Igual lo digo para que le suba un poquito el ánimo a quien lo entienda: Félix Hernández ganó merecidamente el Cy Young.




Me gustaría poder dar una imagen diferente. Amo a mi país y me duele saber de gente talentosa que sale a buscar nuevos rumbos porque no son apreciados en él. Me duele escuchar infinitas veces el lamento: "¿Eres de Venezuela? ¡Qué lástima! Podría ser el país más rico del mundo".

Me gustaría poder plantearme el vivir allí y hacer mi vida y tener mi familia en el lugar donde crecí: al lado del Ávila, comiendo hallacas en diciembre y oyendo a Simón Díaz mientras desayuno arepitas con mantequilla y queso rayado por la mañana.

Pero honestamente, me agrada más poder caminar sola por las calles sin el nerviosismo de la hora que es o del peligro que corro. Me gusta tener miles de posibilidades a la hora de elegir el café donde me quiero sentar para relajarme un rato mientras leo el periódico en plena calle.

Me gusta ver los perros que llevan al sitio donde sus dueños se toman una cerveza y conocen a otros dueños de perros que también se trajeron a sus mascotas. También me gusta poder usar mi bicicleta (o alquilar cuantas quiera al año por una cuota fija) como medio de transporte, y que la política sea uno más de los miles de temas disponibles para conversar con amigos y conocidos.

Por ahora, tendré que conformarme con comer arepas con mantequilla y pechuga de pavo, incursionar en el enigmático arte de hacer hallacas y suspirar viendo fotos del Ávila desde la distancia.

Tengo 28 años, y ya era hora de saber lo que es vivir realmente en paz.

Zhandra Zuleta.-

lunes, 8 de noviembre de 2010

La otra España



Debo reconocer que cuando vine acá tenía una concepción muy diferente de España y de los españoles.

Para empezar, y en esto culpo en parte el haber estudiado toda mi infancia en La Candelaria, en mi cabeza los españoles eran personas muy católicas, trabajadoras, conservadoras y amantes del fútbol.

La mujer española no tenía ningún problema en quedarse en casa criando a sus hijos, mientras los hombres traían el pan a la mesa. El sexo antes del matrimonio era un pecado capital. Los domingos iba toda la familia a misa y los niños eran, básicamente, unos "Manolitos" cualquiera (así que a Mafalda también le salpica un poco la culpa de mi distorsionada visión).

Luego fui leyendo noticias: España se iba haciendo acreedora de importantes elogios en cuanto a medicina, seguridad social y urbanismo, todo acompañado con el incomparable gusto a paella, la pasión por los toros y el flamenco metido en los huesos.

Y no podía imaginar a un español que no se ufanara de tener sangre gitana, ni una española que no se enamorara de su príncipe y soñara todas las noches con ser Leticia.

No podía estar más equivocada.

Resulta que en España, la cotidiana, no soportan que los vean como la típica imagen de tienda de souvenir: el torito, la bailaora y la paella.

Es "guay" (chévere, fino, está de moda...) ser de izquierdas y por lo tanto, no les gusta que venga el Papa (aunque Zapatero sí va a misa con Obama, para recibir al Papa estaba muy ocupado), los homosexuales tienen más derechos legales que en Venezuela (se pueden casar) y el movimiento feminista es tan popular que hasta tuvo un ministerio (en realidad era de la Igualdad, pero sus funciones eran básicamente feministas, y tuvo que ser eliminado debido a la crisis).

Hay una llamada "Generación Ni-Ni", conformada por algunos adolescentes que no quieren ni estudiar ni trabajar: viven descaradamente de sus padres y encima los mandonean, cuando no insultan o golpean.

Gracias a la crisis, los afortunados que consiguen empleo lo valoran, pero antes de esto hubo un período de opulencia en el que una gran parte de los españoles no podía imaginarse realizando ciertos trabajos (en general, en el sector de la construcción), por lo que estas actividades terminaban siendo desempeñadas por inmigrantes (en su mayoría, suramericanos).

En el Mundial de fútbol, algunos restaurantes y tascas españolas sólo mostraban los partidos de La Roja, mientras que otros ni siquiera eso. Si un restaurante proyectaba el resto de los partidos, era muy probable que fuera de dueños argentinos, irlandeses o uruguayos.

Los gitanos son una raza fácilmente reconocida por ellos (a mí me resulta más difícil identificarlos), y lejos de ser un orgullo, son un dolor de cabeza para la mayoría de los españoles por su eterna negación a adaptarse a las reglas establecidas.

En ciertas comunidades autónomas, ser español no es precisamente un adjetivo sino un insulto, y por supuesto, en la final de fútbol le iban a Holanda. Hay otros españoles que no sienten absolutamente ninguna afinidad con ese deporte, y tampoco ven el tenis, ni el básket, ni la Fórmula 1, ni el motociclismo (en todas estas disciplinas, hay/ha habido españoles campeones).

El sentimiento regionalista está mucho más marcado de lo que podía yo imaginar (o entender). La paella es valenciana, la fabada asturiana y el Real Madrid es sólo de Madrid (para el resto de los españoles, representa al franquismo). Y el rechazo a la "etiqueta ibérica" ha llegado al punto de prohibir (en Catalunya) las corridas de toros, a pesar de que éstas siempre han conseguido llenar la Plaza de Barcelona.

La realeza vende en la prensa rosa, pero en general, no tienen problema en burlarse de la manera de hablar del Rey, o de un personaje muy particular que es la Duquesa de Alba.

Por supuesto, todo esto no es más que mi visión actual, reducida al ámbito de la Comunidad Valenciana y la prensa nacional. No digo que esté bien o que esté mal, sólo que me asombra lo increíblemente diferente que es de lo que tenía esperado encontrarme aquí.

También he de decir que he tenido conversaciones muy interesantes sobre la situación política en Venezuela, y me ha sorprendido gratamente lo informados que están algunos de mi país.

He sentido empatía y me he reconocido a mí misma en la preocupación que algunos españoles manifiestan por la inmadurez electoral de algunos sectores del país.

Y tal vez por la influencia de otros dialectos muy parecidos al español (aunque no iguales, claro), he de decir que en la cuna de Cervantes, los errores ortográficos y redundancias en el habla abundan.