miércoles, 10 de abril de 2013

15-A: El Renacer

El 7 de octubre de 2012, a las 2:00 am, salieron desde Valencia, España, tres autobuses llenos de venezolanos rebosantes de esperanza. Emigrados voluntarios e involuntarios, víctimas todos de la violencia y la impunidad, casi todos hijos de la Cuarta República.
 
El destino físico era Barcelona, sede del Consulado venezolano encargado de organizar el centro de votación para los compatriotas de Bolívar residentes en las Islas Baleares, Castellón, Alicante, Valencia y la ciudad condal. Pero el fin verdadero era la Democracia, la Libertad y el Progreso de un país que parece tener la riqueza por castigo.
 
A las 7:00 am arribamos al sitio donde depositaríamos mucho más que nuestro voto. El ambiente era increíble y tras el cansancio propio del viaje aparecieron las banderas, los cantos, la alegría tan característica de nuestra alma caribeña, cuya sonrisa ha venido apagándose poco a poco con cada muerte, con cada prisión injusta, con cada amenaza oficialista.
 
Aunque fuimos de los primeros, no estábamos solos. En el centro de votación y en los alrededores se iba aglutinando un grupo de gente con un acento propio, con una piel café con leche y unas ganas tremendas de gritarle al mundo que aquí seguimos: lejos, pero nunca ausentes.
 
Ese día, domingo 7 de octubre, nos unimos bajo nuestra bandera y dejamos a un lado las cifras, implacable recordatorio de que salir de este meollo tardará mucho, requerirá de un esfuerzo monumental y posiblemente nunca logremos disfrutarlo. Volver a la Venezuela modélica que atrajo y acogió a muchos de nuestros abuelos, formó a otros tantos y nos vio nacer, puede que sea una utopía… pero aquel día soñamos.
 
Como el reloj que nos despierta del más dulce de los sueños, Tibisay Lucena nos despertó con un balde de agua fría cuyo efecto fue superado solo por Henrique, nuestro flaco, aceptando una derrota forzada, trampeada, a todas luces dudosa.
 
El 8 de octubre de 2012, millones de venezolanos lloramos el triunfo de Goliat. La injusticia, la trampa, la mentira, no solo derrotó a la esperanza, sino que nos apaleó el sueño, dividió nuestra lucha y nos dejó sumidos en el conformismo.
 
Los del autobús vimos cómo anunciaban un resultado irreversible sin tomarse la molestia de contar nuestro voto. De hecho, tardaron días en hacerlo. No es que para nosotros fuera importante que los contaran primero, o que prefiriéramos seguir en la incertidumbre hasta que finalizara el 100% del escrutinio… pero tampoco esperábamos no contar para nada.
 
El tiempo siguió su curso, y al igual que las enfermedades incurables, no dio tregua a la verdad. Seis meses después, la historia continúa, y una podría pensar que esta vez el viaje será triste, solitario o pesimista, pero “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, como diría Rubén, y resulta que los demócratas somos más perseverantes de lo que convendría para algunos.
 
Decididos iremos, pues, este domingo 14 de abril. Madrugaremos y a las 2:00 am saldremos en los mismos tres autobuses de hace seis meses. Cédula en mano y bandera ondeando llegaremos felices a Barcelona a cumplir con nuestro país. Desde lejos diremos bien alto “¡presente!”, con los mismos sueños y las mismas ganas, aunque con los pies en la tierra.
 
Que nadie crea que nos engañamos. Tibisay saldrá el lunes 15 a decir que el hijo de Goliat dio una paliza a David. Posiblemente hasta diga que lo knockeó en el primer round (cosa que ni el mismo Goliat hizo jamás)… Y una vez más, nuestros votos no habrán sido contados. Los demócratas venezolanos lloraremos nuevamente nuestra desdicha.
 
Y entonces, ¿para qué votar?
 
Pues porque solo habrá una forma de exigir que se diga la verdad. Solo habrá una forma de que se pruebe que David venció a Goliat y solo habrá una forma de recuperar la Democracia, la Libertad y el Progreso. Y todo empieza con ese papel, en esa cajita.
 
El 15-A empieza el renacer.
 
“No confundas la paciencia, coraje de la virtud, con la estúpida indolencia del que se da por vencido”. Mariano Aguiló