lunes, 25 de octubre de 2010

El primer paso hacia el proceso inverso en el que el venezolano paranóico vuelve a ser bonchón

El 26 S Venezuela dio una demostración de civismo y de democracia, de ganas de avanzar en paz y con la única arma que representa el dedo morado.

Fue una partida amañada, y sin embargo, los resultados hablan por sí solos e intentan dar una lección al Presidente y a su gobierno, aunque algunos se empeñen en vendarse los ojos y proclamarse victoriosos a pesar de la derrota.

Debo aclarar que no me parece que haya ganado la Oposición. Me parece que perdió el Oficialismo, y no aceptarlo es peligroso porque no sólo se da la espalda a la voluntad del pueblo, sino que se aumenta la distancia entre el Chavismo y el ciudadano de a pie.

Esta distancia viene in crecendo desde hace tiempo, desde que los "creyentes" de Chávez van encontrando menos excusas para justificarlo. Llega un punto en el que decir "es que lo tienen engañado" pasa a ser un "la única manera de que no se dé cuenta es que sea estúpido", o peor aún: "si no sabe cómo estamos es porque no padece lo mismo que yo y no anda por mis calles, ni compra en mis supermercados, y por lo tanto, ya no es como yo".


La ecuación "Chávez=Pueblo -> Pueblo=Yo" se va desmoronando, y el "muchacho que habla como yo" ya no es tan simpático cuando comienza a insultar a la gente en cadena nacional, o cuando gasta más plata en armamento pudiendo invertirlo en mejorar el día a día de todos asegurándose de que los servicios públicos funcionen, o luchando contra la inseguridad.

La intencionalmente marcada línea divisoria entre el bien y el mal, el socialismo y el capitalismo, el patriotismo y el pitiyanquismo, comienza a tener grises cuando tengo que escuchar todos los días de mi vida una cadena, mientras cada vez tengo más miedo de salir a la calle o consigo menos productos en las estanterías (más aún cuando descubro luego que un montón de comida se pudrió y a nadie le importó, porque estaban demasiado ocupados echándole la culpa a la Polar de un supuesto acaparamiento).


La gente está cansada de tanta politiquería, y en realidad, lo que todos quisiéramos es que las empresas que se han ido por la inseguridad jurídica que representa un gobierno tan antojoso, volvieran con sus puestos de trabajo y sus beneficios colectivos.


Lo que todos quisiéramos es que los "Halls", los "Pantene" y hasta la harina "Pan" volvieran a decir "Hecho en Venezuela", no sólo por el orgullo de hacerlos en casa, sino por el bajón en el costo final que representa el no tener que importarlo.


Todos quisiéramos salir, y que al decir que somos de Venezuela digan "¡Ah! Miss Universo" o "¡Sí, Béisbol!", en lugar de "Oh, Chávez" o, aún peor, "¿No es de ahí que son las Farc?".


Todos quisiéramos poder disfrutar de nuestras ciudades, pudiendo salir a caminar, ir a rumbear, respirar aire fresco en los parques o invitar a amigos de afuera para mostrarles lo bien que vivimos; y por el contrario nos vemos forzados a encerrarnos en casa, a andar con paranoia por la inseguridad, a avergonzarnos de la basura que inunda nuestras calles y de los huecos que dejan en evidencia lo irónica de nuestra situación: Un país petrolero asfaltando calles de otros mientras las suyas se deshacen.


Vivimos con miedo, aunque no nos enteremos, y eso se traduce en que el venezolano bonchón, siempre sonriente y animado, pasa ahora a tratar a todos con desconfianza, y si un extraño se acerca a preguntar la hora o a pedir ayuda para una dirección, lejos de ayudarlo, nos asustamos. Por eso ya no nos ven como gente amable, sino antipática.


Y pregunto yo, con el corazón en la mano: ¿Es que alguien se imaginó que en una reunión familiar venezolana, fuera inevitable tocar el tema político? ¿Alguien, hace 12 años, hubiera apostado porque parejas, familiares, amigos de toda la vida, dejarían de juntarse o de hablarse o de tolerarse por el tema político? ¿Es realmente eso lo que se quería desde el principio?

Debo confesar que nunca entendí bien lo que era el "Socialismo del S. XXI", pero si es esto, puedo resumirlo en: división, inseguridad, desabastecimiento, inestabilidad jurídica, desempleo, odio, violencia, miedo, miedo, miedo. Rechazo e irrespeto del otro y condena visceral a la diversidad.

Sólo espero que exista un proceso inverso que nos devuelva la sonrisa eterna y las comidas en familia sin divisiones más allá de las del béisbol. ¿Que la cuarta no era perfecta? No. Para muestra, un botón: después de años de corrupción, sectarismo y violencia, no gana la Oposición. Sin embargo, no recuerdo persecusiones judiciales contra periodistas que decían al aire: "Hoy tembló". Tampoco recuerdo que fuésemos el hazmerreír del mundo (aunque un chavista, claro está, atribuiría eso a los medios diabólicos que no hacen más que atentar contra la dignidad del pueblo, como si esperar 8 meses por una cita para el pasaporte fuera respetar mucho al soberano, o hacer realidad un montón de cambios en la Constitución A PESAR de la decisión de la mayoría fuera dignificar a los venezolanos).

Sólo espero que, poco a poco, comience a superarse este trance y deje de perder el Gobierno para empezar a ganar una mejor Oposición.

Y ojo, rojitos: Yo que ustedes comenzaría a cuestionar la gestión por dentro, porque "el pueblo" les está mandando un mensaje cada vez más claro. Si de verdad son de izquierdas, si de verdad se consideran marxistas, comiencen a aplicar los principios de Marx y no vean los cambios como una amenaza, sino como una oportunidad para mejorar. La cosa no tiene por qué ser como está y ya "porque antes era mala". El chance de crecer, de aprender y corregir, siempre está ahí.

Yo cambio mi fusil por una edición del Festival Internacional de Teatro; mis barcos de guerra por la harina Pan hecha en casa; mis consejos comunales por empleos en la Procter & Gamble, en la Polar y en RCTV; mi servicio en milicia obligatorio por un presupuesto justo para la UCV; mis leyes habilitantes por el Ateneo de Caracas y mi quinta república por una sexta incluyente y legítimamente democrática.

¿Y tú?