lunes, 19 de noviembre de 2012

Una muerte inventada

Laura arrastra los pies. No sabe caminar de otra forma, puesto que está llena de pesadumbre. Es joven, bella y muy culta, pero lleva consigo una tristeza superior a su ser.
 
Sabe que no hay nada qué hacer. Su fin está tan cerca que su comienzo apenas puede distanciarse de él. Mira la ciudad mientras espera... Suspira y siente la brisa en su piel. Le daría frío, de no ser porque el sol la acaricia también.
 
Laura ha llegado hasta aquí, al cortafuegos de la subida de San Bernardino de El Ávila, sabiendo que ésta será la última vivencia que tendrá. Y lo aprovecha todo: los colores, el cielo, el olor a monte húmedo.
 
Está sola, pero recuerda que un día estuvo allí con alguien especial. No lo tiene muy claro porque su pasado, como toda su existencia, depende de mí. Cierra los ojos y sonríe mientras recuerda la música que llevaron ese día allí. Era rock. Al resto del mundo no le pega ese tipo de música en ese sitio, pero a ellos dos, en ese momento, sí.
 
Un ruido entre la hierba hace que vuelva a su realidad. Por un momento, Laura creyó sentirse agradecida por existir. Pero vuelve la tristeza acompañada del conocimiento, porque no hay nada que aleje más al hombre de la felicidad que el saber. Laura sabe, muy bien, que sólo está allí porque así lo quiero yo.
 
¿Cómo esperar a la muerte? De pie, sin duda, dirían algunos. Pero ella no es fan de las cursilerías semióticas. ¿Sentada sobre el cortafuegos? Tal vez. Eso había pensado una vez que su mente dejó de torturarla preguntando cómo sería morir. La forma, pensó, es lo que más preocupa. Miró hacia arriba intentando buscar en mí algo de compasión. Para ser honesta, aún no lo he decidido.
 
Una serpiente se aproxima a ella por detrás. ¿Has sido buena, Laura? Voy a decidir que sí. La serpiente vira y se aleja sin ser percibida por ella.
 
Laura se echa y abre los brazos. Cierra los ojos y piensa "No seas cruel". Tiene razón. No tengo motivos para serlo. Ha sufrido suficiente sabiéndose un capricho de mi mente. Sólo una vida inventada para poder acabar con ella en pocas líneas.
 
Hace rato se fue el sol. Laura sigue tendida en el suelo, con los brazos abiertos y los ojos cerrados. La noche estrellada a través de las sombras de los árboles le dio mucho vértigo. Prefiere cerrar los ojos y visualizar la ciudad. Su ciudad. Sus luces. Su caos. Y de repente... la nada.