Esta semana, varias "noticias" me han llevado a reflexionar sobre la responsabilidad de los medios de comunicación y la tergiversación, mal uso e indiscreción de la información.
Por supuesto, no he descubierto el agua tibia: muchos teóricos, comunicadores, periodistas y público en general ha analizado este tema desde casi todos los ángulos posibles, por lo que me es aún más incomprensible ver escándalos generados a partir de información compartida en privado y de informes ya no tan secretos que desvelan la verdadera impresión de diplomáticos norteamericanos sobre personalidades y gobiernos de otros países.
La autocensura
Todo el mundo ha dicho algo que suene "políticamente incorrecto" alguna vez.
Nadie, en serio, escapa a un chiste homófobo, sexista o racista. Y eso no significa nada.
Delante de los amigos, somos personas libres con la posibilidad de reírnos de nosotros, o de otros, sin expresar por ello una postura radical que nos haga sus enemigos. Yo, por ejemplo, me horroricé de mí misma cuando me vi en un ambiente laboral rodeada de homosexuales y fui consciente de la cantidad de veces que bromeaba con un compañero diciéndole "gay" por sentimentalista.
Estaba acostumbrada a mis amigos "las locas", entre quienes es normal oír el tan popular "sí eres marico" entre risas. Pero hay momentos, lugares y situaciones para todo.
Por supuesto, a mi jefe homosexual no le iba a resultar nada agradable que me refiriera a él o a ningún otro gay como "loca". Son situaciones diferentes, y hay que saber poner los límites.
Sin embargo, hace poco surgió un escándalo que involucraba a un tertuliano, Salvador Sostres, quien en una pausa publicitaria de un programa de radio hizo comentarios desafortunados.
Sí, son opiniones un poco rudas, pero la excusa de "sabía que estaba delante de un micrófono" para publicar sin su autorización dichas declaraciones es, sencillamente, repulsiva.
Al aire, este señor y todos los demás debemos cuidar lo que decimos, pero en un ámbito privado, sería imponer una autocensura criminal el que también debamos ser "políticamente correctos" ante todo.
Me consideraría muy desafortunada si delante de mis amigos no pudiera meterme con los enanos, los periodistas o los suramericanos de una manera relajada, a sabiendas de que, dada mi condición de las tres cosas juntas, no voy a ser juzgada por xenófoba, racista o excluyente.
Sería muy infeliz de estar en los zapatos de Sostres y no saber quién me apuñaló por la espalda, haciendo pública y demonizando una opinión personal, expresada fuera del aire y sin intenciones de ir más allá de un chiste "interno".
Wikileaks y el "pensamiento" diplomático
Si algo hemos logrado ver de los últimos documentos filtrados y publicados por la polémica web "Wikileaks", es que no nos han dicho nada nuevo.
Que Venezuela sufre una crisis en el sistema de salud pública y que la respuesta gubernamental ha sido la de desviar fondos de hospitales al paralelo sistema de "Barrio Adentro" es algo que todos sabíamos de antemano, aunque no leyéramos la prensa.
Que Zapatero es un "político cortoplacista, que antepone la obtención de votos al bien común de los españoles" es noticia de ayer.
Que a EEUU le preocupa la actitud de Corea del Norte y de Irak podía deducirlo hasta un adolescente que viera noticias de vez en cuando.
Entonces, ¿por qué el escándalo?
Resulta que estas obviedades no las dice cualquiera. Salen de las embajadas de EEUU en diversas partes del mundo, y son "cables" clasificados como "top secret".
Algunos pudieran sentirse ofendidos por lo que expresan estas comunicaciones, pero honestamente, serían algo tontos.
El trabajo de los diplomáticos es estudiar a fondo el país donde son asignados: desde la idiosincrasia de sus ciudadanos, hasta las políticas exteriores del gobierno. La misión es saber lo más posible para defender de la mejor manera los intereses de su país en el de su asignación. Ya está.
Si yo fuera embajadora de Venezuela en España, probablemente me hubiera extendido en la preocupación de los empresarios españoles por la inestabilidad política que amenaza sus inversiones en el país. También hubiera tenido que hablar largo y tendido sobre las posibles conexiones del gobierno venezolano con las Farc y Eta, y el impacto que la posibilidad de ellas ha tenido en la imagen de Venezuela aquí.
¿Eso me hiciera mala persona? No. Mi trabajo aquí sería que el gobierno venezolano supiera hasta el último detalle de lo que se dice entre los españoles sobre mi país, y ya sería cuestión de la estrategia gubernamental el considerar estos temores a la hora de sentarse a negociar.
En este sentido, una comunicación mía (como hipotética embajadora venezolana) a Miraflores sería casi lo mismo que una conversación íntima con un amigo cualquiera, y es por eso que los "cables" revelados por Wikileaks no tienen nada de deslumbrante.
Su única función es amedrentar al gobierno estadounidense para que sepa que sus conversaciones han sido grabadas y pueden ser difundidas, aunque no tengan importancia alguna.
Dicho todo esto, me parece que es hora de establecer responsabilidades en los medios de comunicación que difundan estos chismes disfrazados de información sin corroborar la legalidad de la obtención de los datos.
No sólo me parece poco ético como comunicadora, sino que como persona me parece un atropello a mi derecho de opinar lo que quiera sobre lo que sea. Y la libertad de opinión es uno de los Derechos Humanos fundamentales. ¿Alguien está rindiendo cuentas por violarlo?