domingo, 20 de marzo de 2016

Mi abuelita Goya



Mi abuelita siempre creyó que no me gustaban las arepas. Debió pensar que mi madre no tenía tiempo de hacérmelas y que, por tanto, mi infancia en la capital me había hecho este especimen raro que dice ser venezolano pero no es capaz de degustar el plato más nuestro.

Goya vivió un montón de años, crió a 6 hijos, se encargó de su casa hasta más o menos un año de su partida y tenía una especial conexión con los animales que le permitía desde tener la relación más cariñosa del mundo con Pancho (sus gatos, todos, se llamaron así), hasta retorcer el cuello de una gallina suya con una naturalidad pasmosa. 

Entre los acontecimientos que conmocionaron el mundo durante su paso por él están dos guerras mundiales, dos dictaduras de gochos y la debacle de la democracia venezolana. No se enteró de casi nada, pero eso sí: para ella Chávez era como un hijo.

Mi abuelita no era la más culta del mundo, pero su caligrafía Palmer era digna de envidiar. Entre su casita con huerta y animales, lo que más marcó mi infancia fue el árbol de mango (que un día incendiamos, pero ese es otro cuento) y el de guayaba (porque un día comí tantas que pasé como cinco años sin volver a probarlas). El día que nos subimos al techo a comer mango verde con adobo sin permiso (idea de Endrina, claro, a mí esas cosas no se me ocurrían), la reacción de mi abuela fue la más fina del mundo, sobretodo tomando en cuenta que nos esperábamos una regañada de las mundiales... "Ay, ¡voy por la escoba y me barréis los mangos!". ¡¿Cómo no querer a mi abuelita?!

Hoy Goya cumple tres años en el cielo. Espero que me dé la bendición todas las mañanas y todas las noches, y que ahora sí que sepa que me gustan mucho las arepas, pero que si me como una ya no puedo comer nada más... ¡Y sus quinchonchos no se podían quedar en el plato!

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